Todo vino solo

6 años, eran las 6 horas de la mañana. Cómo si fuera ayer. Salí de casa que era de noche. Sola con mi mochila caminando hasta Plaça Espanya para coger el bus 46 rumbo el aeropuerto.
Cuántos y cuántas volvían de fiesta. Ellos volvían a casa y yo me iba. Todo va y viene. Todos vamos y venimos, venimos y nos vamos.
25 años cumplidos llevaba en la mochila. Poco más, pesaba poco.
Solo sabía que Bangkok iba a ser la primera parada, la primera noche que tenía reservada al lado de Kho San Road.
El objetivo del viaje era VIAJAR. Iba sin rumbo. Simplemente decidí dejar el trabajo en la agencia de publi y coger esa intuición que no solté hasta tener el vuelo reservado.
¡Qué relativo es el tiempo! A veces decimos ‘este año me ha pasado volando, de verano a Navidad no sé que ha pasado, ha volado’. Esos 6 años vistos en perspectiva ahora, me parece que tendrían que ser más, que haga mucho más de esa aventura de 10 meses por el mundo.
Ni por asombro me fui porqué quisiera cambiar mi rumbo profesional. Eso, puedo decir ahora, que solo lo sabía esa Núria de muy adentro. Sabía que disfrutaba como una loca cocinando, pero de ahí a querer dedicarme a ello, había un buen trecho.
La vida me lo puso delante. En la Laos, Tailandia, Cambodia, Malasia y Sri Lanka, comí en sitios locales en los que tardaban lo que tardaban en servirte la comida y al ponértela delante era tal festival de sabores y amor que la espera ya no era espera, era reflexión de ‘poc a poc todo sale mejor’.
Me acuerdo compartir muchas comidas y cenas con Nigel, mi gran amigo de ese viaje, con el que en esos y otros muchos momentos de ‘espera’ filosofábamos sobre la vida. Encontrarme un compañero de viaje con el que poder disfrutar tanto de la comida, es lo más. Siempre me dejaba elegir sitio a mi ‘what do you fancy to eat, Núria?’ me preguntaba casi cada día. Esos recuerdos de disfrutar, disfrutar y disfrutar. Él 50 y yo 25. Esos 25 años de experiencia que me pasaban. Esa experiencia que después de casi 2 meses viajando juntos, se me había pegado un poquito.
Viajar, la mejor experiencia de vida.
Y me lo volvió a poner. La vida me volvió a poner delante otra señal: cocinar para una familia australiana durante 2 meses (con las Navidades por el medio). A cambio de alojamiento y comida tenía que ayudarles. Ayudar de la mejor forma que sabemos hacer es precioso, ¿verdad? Mi mejor manera era cocinar para ellos. El desayuno lo hacíamos entre todos y la comida era muy pim pam ya que los niños se llevaban sandwich a la escuela. La cena. Ahí era dónde me apoderaba de la cocina e incluso los padres se sentaban delante, en la barra americana, con una copita de vino, disfrutando mientras preparaba lo que me apetecía. Pasta fresca a mano, muchas tortillas de patatas, paella, croquetas, salteados de verduras, gyozas, pasteles de todo tipo, scones, madalenas, … Shell, la madre, le gustaba la cocina, pero al tener los 3 hijos lo había dejado un poco de lado. Parece que le encendí un poco aquella llama que ahí estaba.
Cuántas tardes los peques me ayudaban en la cocina, sobretodo cuando hacía cosas con masas.
Preciosa experiencia que hizo que se me encendiera bien fuerte, a mi también, la llama de la pasión por la cocina.
Ahí empecé a ser, sin querer y sin cobrar: chef a domicilio.
Y ya por último, Nueva Zelanda. Tuve que llegar a The Paradise. Así se llamaba el pueblo dónde estuve un mes y pico cuidando 3 niños, ahí sí, trabajando. A ves les preparaba la cena, pero poco ya que la madre es chef.
Lo que sí que tuve que hacer es aprender a estar conmigo misma. Muchas horas de no hacer nada, de no tener nada que hacer, de meditar, de pasear, de hacer deporte, de comerme bolsas enteras de doritos de las grandes (con arrepentimiento posterior), de escribir, de hacer autostop, de hacer rutas sola por la montaña (muchas veces con miedo de estar sola perdida por ahí, tan lejos de casa), de echar de menos, de pensar, de pensar mucho, pero sobretodo, de pensar con el corazón. Eso me hizo escribir la preciosa visualización de lo que hoy, ahora mismo estoy dedicando gran parte de mi día a día.


4 años, casi 5, que nació Amor Cuinat. Cómo un embarazo, unos 9 meses antes empezó a gestar.
Este es pues, el PRECIOSO comienzo y sus consecuencias, de la relación conmigo misma en conexión con el UNIVERSO.